De la vida que tienes a la vida que quieres

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Cada generación ha estado marcada por héroes y superhéroes: Supermán, Spiderman, Capitán América, Capitana Marvel, Hulk, Iron Man, Thor, etc…, en mi corazón, siento que este presente que estamos viviendo, nos pone de frente a “otros héroes”, héroes de la vida cotidiana, que fácilmente vas a ver apareciendo en el transcurso del texto y espero los veas en tu vida.

Desde niña, en la interacción con mi familia, aprendí que el mundo que yo vivía y viviría dependería siempre de mí, de lo que yo escogiese ser y hacer. Más tarde, muchos años después en desarrollo de mis prácticas profesionales y durante todo mi ejercicio profesional, empecé a vivir experiencias que aún conmueven profundamente mi corazón. En algún barrio periférico de la ciudad de Bucaramanga, en una casa con paredes de madera reciclada y techo de zinc y plástico, observé en lo que podría llamarse la sala a una mujer cubierta de harapos, tendida sobre un suelo de tierra haciendo maquila para una fábrica de confecciones y, junto a ella, una hija adolescente y también un niño. Pensé que esa chica podría ser yo, y me sentí inmensamente afortunada, porque sin merecimiento especial alguno, tenía todo lo que ella debería tener y no tenía, una casa, estudios universitarios y comida. En mi cabeza me hice preguntas, no entendía esa desigualdad que mis ojos observaban, no entendía cómo se pueden administrar políticas de estado que exacerban la exclusión. Me prometí en ese momento que mi vivir, siempre dependería de mí.

Más tarde, el camino de la vida me enseñaría que mi vivir no estaba determinado por algún agente externo a mí, sino que se configuraba en todo momento, día tras día a partir de las experiencias y de las decisiones diarias. Entre las ramas de un árbol no se puede existir en soledad, el aprendizaje del vivir es un aprendizaje de colaboración y compartir con otros.

En esta nueva realidad que estamos experimentando, empiezan a aparecer otras formas de exclusión y desigualdad, el hambre que empuja los seres humanos que presionados por la miseria y el afán laboral, prefieren arriesgarse a morir con los pulmones cerrados y la boca abierta, que con la boca abierta y el estómago vacío. Están también los seres humanos que no están asegurados a salud, los que han experimentado la muerte prematura por el virus. Los excluidos de los servicios públicos, lo que no pueden quedarse en casa, porque no tienen casa. Todos ellos, de distintas maneras, clamando por aparecer, por ser reconocidos por el sistema.

El Papa Francisco en la Encíclica Laudato Si, lo señalaría así: “La pandemia desnudó la cultura del descarte”, y él mismo anticipó el antídoto, “no hay otro camino que una cultura del cuidado”. Ese el llamado al servicio de superhéroes que nos propone esta nueva realidad, no el caricaturizado en películas y libros, sino el que es capaz de distinguir que las conductas no son buenas o malas en sí, son oportunas o inoportunas, adecuadas o inadecuadas, y es responsabilidad de cada uno saber cuál es cual en cada momento.

Hoy la tarea que tenemos es ir a la intimidad de nuestro sentir, elegir si queremos estudiar, aprender, saber, entender de cada uno, para ser plenamente responsables de lo que se elija ser y hacer.

Autor: Mónica Johanna Rueda
Trabajadora social

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